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La pasion al servicio del entretenimiento
Habia una vez un pequeño pueblo mágico llamado "Moonstone",
rodeado de bosques encantados y montañas misteriosas.
En ese pueblo vivia Rufus, un perro con una pasion inusual: la Magia.
Mientras sus amigos se contentaban con perseguir pelotas y ladrar a las ardillas, Rufus soñaba con hacer desaparecer objetos, levitar sobre el suelo y mas y mas.
Su casa era una torre mágica con una biblioteca llena de libros
y un jardín lleno de flores mágicas.
La torre era famosa en todo el pueblo por sus luces mágicas
que brillaban en la noche.
Un día, Rufus descubrió una tienda de magia en el barrio, cuyo dueño era un anciano mago llamado Zorvath.
Zorvath se sorprendió al ver a un perro en su tienda, pero Rufus lo conquistó con su entusiasmo y determinación.
Zorvath decidió enseñarle a Rufus los secretos de la magia.
Le mostró cómo hacer trucos de cartas, cómo lanzar bolas de fuego
y cómo hacer que objetos desaparecieran.
Rufus resultó ser un alumno rápido y talentoso.
Pronto, estaba realizando trucos impresionantes en el parque y en la calle.
La gente se detenía a mirar, asombrada.
Un dia Zorvath llevó a Rufus a una cueva secreta debajo de la tienda, y le regalo
un libro antiguo y misterioso, llamado "El Arte de la Magia Canina".
Leyendo este libro, Rufus aprendió mas y mas pronto se convirtió
en un mago canino poderoso.
Podia hacer que las flores brotaran en segundos, que los pájaros cantaran en armonía
y que los objetos se movieran solos.
La gente lo llamaba "El Mago Canino" y venían de todas partes
para ver sus espectáculos.
Y con ese libro, el sueño de Rufus se volvio realidad: se había convertido en un verdadero MAGO.
Ahora Rufus pasa sus días estudiando magia y realizando juegos para los habitantes del pueblo, y a su casa la llamaron "La Guarida del Mago".
¡Y Zorvath SE SINTIO ORGULLOSO DE HABER SIDO SU MENTOR!
Y se fue a descansar, su tarea habia concluido!
Desde una realidad gris y de sombras a una realidad colmada de color y alegría!
Había una vez, en un mundo que parecía haberse olvidado del color, un mago llamado Malakai. Era un gran ilusionista, famoso por sus trucos sorprendentes y su risa contagiosa. Pero con el paso del tiempo, algo se apagó dentro de él. La chispa que lo hacía único desapareció, y con ella, la alegría de su magia.
Malakai vivía en una casa repleta de recuerdos mágicos: varitas dormidas, sombreros polvorientos y libros de hechizos que ya nadie abría. Su capa había perdido el brillo, su galera descansaba en silencio sobre una estantería, y su corazón... su corazón estaba gris, como todo a su alrededor.
Una tarde cualquiera —o eso parecía—, mientras Malakai revolvía viejas cartas de actos de magia olvidados, una luz suave empezó a filtrarse por la ventana. No era la luz del sol ni la de una vela. Era una luz distinta, cálida, como la risa de un niño o el primer aplauso de un espectáculo.
Y entonces, sucedió.
La galera de Malakai tembló suavemente, como si algo dentro quisiera salir. ¡Pum! Un suave estallido de chispas iluminó la habitación, y de la galera emergió un conejo blanco y peludo, con ojos más vivos que mil arcoíris.
—¡Estoy aquí para recordarte la magia de la vida, Malakai! —dijo el conejo, con una voz alegre y chispeante.
Malakai no podía creerlo. Se frotó los ojos, se rió como hacía años no lo hacía, y abrazó al conejo como si lo hubiese estado esperando desde siempre.
Ese pequeño visitante trajo consigo no solo color, sino también recuerdos: el asombro en los ojos de los niños, los suspiros del público, el arte de transformar lo cotidiano en extraordinario. Malakai volvió a sentir esa vibración en el pecho, esa alegría de hacer magia no por el juego en sí, sino por la emoción que despierta.
Desde aquel día, Malakai y su nuevo amigo inseparable —al que llamó Brillito— volvieron a recorrer plazas, jardines y cumpleaños, repartiendo sonrisas, ilusiones y color. Porque entendió que la verdadera magia no estaba en los objetos, sino en el corazón de quien decide creer.
Y así, en cada fiesta, cuando aparece un sombrero misterioso y un conejo travieso salta entre risas y aplausos, muchos dicen que es Malakai, recordándole al mundo que:
¡LA MAGIA NUNCA SE FUE!
Gustavo siempre fue un hombre con un corazón de niño. Cuando tenía 20 y pico de años, solía ir a las reuniones de sus amigos y, en lugar de unirse a las conversaciones de los adultos, se la pasaba jugando con los niños.
Sus amigos a veces se enojaban por eso. Pero Gustavo, sin saber porque, disfrutaba demasiado de la risa y la alegría de los niños. Y ellos, a su vez, lo adoraban, ya que tenia un don especial para hacer reír a los pequeños.
Con los años, Gustavo descubrió que su verdadera pasión era la magia, y que su proposito era entretener a todos, principalmente a los niños, pero tambien a los adultos.
Comenzó a estudiar y practicar, y pronto se convirtió en un mago habilidoso. Pero no quería ser un mago cualquiera.
Quería ser un mago que hiciera reír y sonreír a la gente, especialmente a los niños.
Así que creó el personaje del Mago Yodas, un mago loco y divertido, que hacía juegos y bromas que dejaban a todos con la boca abierta.
Pero había un problema: el Mago Yodas era un poco... despistado. Y desmemoriado. En cada show, el Mago Yodas pedía la ayuda de los espectadores para recordar lo que se olvidaba.
Y le pedia a su audiencia que lo ayudaran con una frase mágica. "¡Zanahoria, Zanahoria, que le vuelva la memoria!", gritaba, y todos repetían con él esa frase que le devolvía la memoria.
La audiencia se reía y se divertía, y alguien siempre estaba dispuesto a ayudar al Mago Yodas.
Juntos, lograban realizar magias increíbles y divertidas.
A pesar de su despiste y desmemoria, el Mago Yodas era un mago muy querido por la audiencia.
Su show era una experiencia única y divertida, y todos se iban con una sonrisa en el rostro.
Y así, el Mago Yodas sigue haciendo magia, riendo y divirtiendo a la gente de todas las edades, convirtiéndose en un Mago familiar.
Porque cuando se trata de magia, la verdadera magia está en la alegría y la risa que compartimos con los demás.
ABRACAYODAS!