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Desde una realidad gris y de sombras a una realidad colmada de color y alegría!
Había una vez, en un mundo que parecía haberse olvidado del color, un mago llamado Malakai. Era un gran ilusionista, famoso por sus trucos sorprendentes y su risa contagiosa. Pero con el paso del tiempo, algo se apagó dentro de él. La chispa que lo hacía único desapareció, y con ella, la alegría de su magia.
Malakai vivía en una casa repleta de recuerdos mágicos: varitas dormidas, sombreros polvorientos y libros de hechizos que ya nadie abría. Su capa había perdido el brillo, su galera descansaba en silencio sobre una estantería, y su corazón... su corazón estaba gris, como todo a su alrededor.
Una tarde cualquiera —o eso parecía—, mientras Malakai revolvía viejas cartas de actos de magia olvidados, una luz suave empezó a filtrarse por la ventana. No era la luz del sol ni la de una vela. Era una luz distinta, cálida, como la risa de un niño o el primer aplauso de un espectáculo.
Y entonces, sucedió.
La galera de Malakai tembló suavemente, como si algo dentro quisiera salir. ¡Pum! Un suave estallido de chispas iluminó la habitación, y de la galera emergió un conejo blanco y peludo, con ojos más vivos que mil arcoíris.
—¡Estoy aquí para recordarte la magia de la vida, Malakai! —dijo el conejo, con una voz alegre y chispeante.
Malakai no podía creerlo. Se frotó los ojos, se rió como hacía años no lo hacía, y abrazó al conejo como si lo hubiese estado esperando desde siempre.
Ese pequeño visitante trajo consigo no solo color, sino también recuerdos: el asombro en los ojos de los niños, los suspiros del público, el arte de transformar lo cotidiano en extraordinario. Malakai volvió a sentir esa vibración en el pecho, esa alegría de hacer magia no por el juego en sí, sino por la emoción que despierta.
Desde aquel día, Malakai y su nuevo amigo inseparable —al que llamó Brillito— volvieron a recorrer plazas, jardines y cumpleaños, repartiendo sonrisas, ilusiones y color. Porque entendió que la verdadera magia no estaba en los objetos, sino en el corazón de quien decide creer.
Y así, en cada fiesta, cuando aparece un sombrero misterioso y un conejo travieso salta entre risas y aplausos, muchos dicen que es Malakai, recordándole al mundo que:
¡LA MAGIA NUNCA SE FUE!
Gustavo siempre fue un hombre con un corazón de niño. Cuando tenía 20 y pico de años, solía ir a las reuniones de sus amigos y, en lugar de unirse a las conversaciones de los adultos, se la pasaba jugando con los niños.
Sus amigos a veces se enojaban por eso. Pero Gustavo, sin saber porque, disfrutaba demasiado de la risa y la alegría de los niños. Y ellos, a su vez, lo adoraban, ya que tenia un don especial para hacer reír a los pequeños.
Con los años, Gustavo descubrió que su verdadera pasión era la magia, y que su proposito era entretener a todos, principalmente a los niños, pero tambien a los adultos.
Comenzó a estudiar y practicar, y pronto se convirtió en un mago habilidoso. Pero no quería ser un mago cualquiera.
Quería ser un mago que hiciera reír y sonreír a la gente, especialmente a los niños.
Así que creó el personaje del Mago Yodas, un mago loco y divertido, que hacía juegos y bromas que dejaban a todos con la boca abierta.
Pero había un problema: el Mago Yodas era un poco... despistado. Y desmemoriado. En cada show, el Mago Yodas pedía la ayuda de los espectadores para recordar lo que se olvidaba.
Y le pedia a su audiencia que lo ayudaran con una frase mágica. "¡Zanahoria, Zanahoria, que le vuelva la memoria!", gritaba, y todos repetían con él esa frase que le devolvía la memoria.
La audiencia se reía y se divertía, y alguien siempre estaba dispuesto a ayudar al Mago Yodas.
Juntos, lograban realizar magias increíbles y divertidas.
A pesar de su despiste y desmemoria, el Mago Yodas era un mago muy querido por la audiencia.
Su show era una experiencia única y divertida, y todos se iban con una sonrisa en el rostro.
Y así, el Mago Yodas sigue haciendo magia, riendo y divirtiendo a la gente de todas las edades, convirtiéndose en un Mago familiar.
Porque cuando se trata de magia, la verdadera magia está en la alegría y la risa que compartimos con los demás.
ABRACAYODAS!